BALLENAS EN EL JARDÍN
En el reloj del ayuntamiento sonaron los tres toques de campana que, a pesar del viejo mecanismo, rompían puntuales el silencio de la madrugada. La oscuridad se había apoderado de la habitación. Unos rayos de luna se reflejaban en el espejo que había sobre la cómoda proyectándose sobre la cama. Todo estaba en calma. Por la ventana, abierta de par en par, entraba una agradable brisa. Violeta dormía, pero se movía intranquila. Desde hacía un par de años tenía el mismo sueño todas las noches. Era un sueño extraño en el que oía el sonido de las olas al romper contra las rocas, como si en el jardín de su casa hubiese emergido un mar nocturno. La atmósfera de la habitación se transformaba, apareciendo una ligera bruma onírica, y en la distancia escuchaba el triste pero atrayente canto de las ballenas. Sentía entonces una necesidad imperiosa de levantarse hacia la ventana y mirar al otro lado, pero nunca lo hacía. Apretaba los ojos con más fuerza y seguía durmiendo.
Aquella noche fue diferente a todas las demás. El mar rugía y el tenue canto de las ballenas se percibía mucho más lejano que de costumbre. Violeta sintió una extraña sensación como si algo no fuese bien incluso en el mundo de los sueños. Una fuerza interior le hizo abrir los ojos y, entonces, la contempló con horror. Una enorme Sombra con forma humana se encontraba allí, delante de su cama, frente al espejo. Violeta se quedó paralizada. Un escalofrío recorrió su espalda. La Sombra, segura de que nadie se interpondría en su camino, avanzó silenciosa. Algo brillaba es su oscura mano. Ignorando la presencia de la joven, el espantoso ser se dirigió a la ventana, pero un instante antes de salir por ella se detuvo como si hubiese olvidado algo. Violeta sintió ganas de gritar. Tuvo que esforzarse para no hacerlo. Desde donde estaba podía oler el aliento infernal de aquella bestia. Pasado un breve espacio de tiempo, la Sombra continuó su camino y se deslizó por la ventana fuera de la habitación. Violeta esperó unos minutos inmóvil, con el corazón latiéndole en el pecho con tanta fuerza que retumbaba en su cabeza. A pesar del miedo, Violeta se atrevió a saltar de la cama para mirar por la ventana. Estaba temblando y, al mismo tiempo, un sudor frío perlaba su frente.
La fantasmagórica Sombra atravesó lentamente el jardín trasero de la casa. No había olas, no había mar y mucho menos ballenas cantarinas. Agazapada junto a la ventana, la joven observó cómo el siniestro fantasma se dirigía a una vieja casa abandonada que había al otro lado del jardín. Envuelto en la oscuridad de la noche, aquel solitario lugar ofrecía una decrépita y tenebrosa visión que le hizo estremecer.
La Sombra subió al tejado de la casa arrastrándose por la pared fundida con ella igual que si fuese una sucia mancha, y cuando parecía que, al fin, iba a desaparecer engullida por la buhardilla de la vieja casona, de repente, volvió la cabeza y Violeta se encontró con una fría mirada gatuna, con unos ojos vacíos y verdes que la miraron fijamente. El pánico se apoderó de ella y, sin mirar atrás, dio un salto sobre la cama. A pesar del calor se cubrió completamente con la sábana y cerró los ojos con fuerza, convencida de que aquello no podía estar ocurriendo. Unas cuantas lágrimas resbalaron por sus mejillas. "Sólo ha sido una pesadilla", se repetía a sí misma, "Sólo una pesadilla, nada de esto es real". Estaba desconcertada y nerviosa, embargada por una angustia que la atrapaba como el asfixiante abrazo de una anaconda. Sin quererlo, imaginaba a ese monstruo, que bien podría tratarse de Belcebú, apareciendo de nuevo en su habitación para arrastrarla a los infiernos. Tenía la boca seca, pero no tuvo el valor suficiente para moverse de la cama. Cuando se hubo tranquilizado un poco, sin levantar del todo la sábana, Violeta consiguió echar un vistazo a la habitación: no había ni rastro de la espantosa aparición.
La Luna, en su lento viaje nocturno, había abandonado el cuarto dejándolo sunido en un fosco y calmoso silencio. A pesar de que el tiempo parecía haberse detenido, cada minuto que pasaba flotaba en la estancia como un suave arrullo que iba sumergiendo a Violeta nuevamente en el mar de los sueños. Y así, poco a poco, arropada por el miedo y deseosa de poder contemplar las luces del nuevo día, volvió a quedarse profundamente dormida.
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