Mi tía se llama Ada. Vive en un país muy lejano que está en otro continente.
Allí es feliz porque trabaja con personas que necesitan su ayuda.
Ada es mi madrina.
El verano en el que cumplía siete años vino a pasar unos días con nosotros y lo primero que me dijo al verme fue que pidiera un deseo, así, como si nada. Un Deseo, como si eso fuera fácil.
No supe qué contestar, claro.
Piénsalo tranquilamente, dijo ella.
Lo primero que se me ocurrió fue pedir un perro, o un gato. No, mejor un caballo. Pero necesitaría una escalera para subirme. Luego pensé que podía ser algo más alucinante como vivir con mi familia en un palacio, o tener una habitación llena de juguetes o, por qué no, volar por encima de los tejados. Pero es que eso está muy alto y no me gustaría nada tragarme una avispa.
Al final, cuando me preguntó si sabía ya mi deseo le dije que sí:
ME GUSTARÍA QUE TE QUEDARAS CON NOSOTROS UNOS DÍAS MÁS.
Han pasado muchos años desde aquello.
Han pasado muchas cosas.
Volví a ver a tía Ada unos días antes de que se fuera para siempre. Ya no vivía en un país muy lejano, sino que a tan solo unos cuantos kilómetros de distancia.
Pide un deseo, me dijo.
Un deseo:
No haber nacido
Pero ¿qué sería de tu historia, entonces?, me preguntó con lo ojos brillantes.
Qué sería de esa madre que nunca habría podido acunarte en sus brazos
ni enseñarte a ser buena persona. Y de esos hermanos que ya no habrían tenido con quien jugar ni en quien confiar. O esos hijos que ya no serían hijos...
¿Qué sería de la historia de todos los que te recordarán?
Quiero que el próximo día que vengas a verme pidas un deseo.
Un Deseo..., como si eso fuera fácil.
Ana Fondevilla
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