Mientras esperaba a Maruja, un poco agobiado, decidí volver al despacho para entretener al cliente. No quería que se cansara de esperar y tuviese la ocurrencia de marcharse para volver otro día, porque seguro que no lo hacía. El despacho parecía un horno, debíamos de estar a treinta y muchos grados. Sentado en el tresillo imitación a piel, el tipo había empezado a sudar. Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos y se secó los churretes de la frente y del cogote. Aunque sólo se lo veía de refilón, me dio la impresión de que antes que rico debía de haber sido hombre de campo porque lo tenía cuarteado y bastante curtido. Esa impresión me dio. Recordé entonces que Maruja me decía siempre que había que ser hospitalario, y por eso se me ocurrió la idea de ofrecerle algo de beber para que se refrescara un poco por dentro: un vaso de agua, una cervecita... Ahí dejó claro que tonto no era, y optó por hacer gasto eligiendo la cerveza bien fresquita que le acompañé con unas aceitunas.
A los dos segundos y medio, y casi sin haber cruzado más de dos palabras con el cliente, escuchamos la llave en la cerradura. A mí se me escapó un suspiro de alivio porque aquella situación era bastante incómoda: el señor chorreando de sudor, el traje de lino cada vez más arrugado, yo callado sin saber dónde mirar, y con tanto silencio únicamente se oía el ruido que hacía su gaznate al tragar la cerveza.
Maruja San hizo acto de presencia. Traía la cabeza envuelta en un pañuelo de flores atado como la hacían las esclavas negras en las película americanas. Imaginé que aquello fue la solución a una sesión de tinte rubio sin terminar por las inoportunas prisas.
-Buenos días -dijo correcta-, siento haberle hecho esperar, pero es que el tráfico está fatal -mintió.
El tinte de su cabeza apestaba a amoniaco, y a todos nos empezaron a llorar los ojos y a escocer las narices.
-No se preocupe.
-Veo que al menos le han puesto un piscolabis, así la espera se ha hecho más amena -continuó Maruja en un intento de ser amable-. José Luis, haz el favor de traer el ventilador de la otra habitación que este señor se nos va a derretir.
-Muy amable -añadió el tipo-, y si no le importa podría atenderme, es que se me está haciendo un poco tarde.
-Por supuesto, no faltaba más -se apresuró a decir Maruja-, haga el favor de sentarse aquí -le dijo señalando la silla que había enfrente de la mesa-, seguro que estará más fresquito, porque la piel del tresillo en verano da un calor espantoso.
-¡Sí, y que lo diga! -exclamó el tipo, levantándose con el pantalón de lino pegado al culo.
Medio segundo tardé en traer el ventilador ya que no quería perderme lo que aquel hombre estaba a punto de contar. Después de haber aguantado el tipo mientras hacía tiempo, creía tener todo el derecho del mundo a conocer lo que le había traído hasta el despacho de Maruja San.
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La tienes publicada?, me gustaria leerla entera
ResponderEliminarNo la tengo publicada, tal vez debería intentar hacerlo
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